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Archivos Mensuales: enero 2020

Dios me ama

Altea 29 de enero de 2020

Reflexión al

Evangelio Dominical

26 de enero de 2020

Reflexión al

Evangelio Dominical

19 de enero de 2020

Reflexión al

Evangelio Dominical

12 de enero de 2020

CRISIS, CRISIS, CRISIS.., MÁS BIEN, CRISIS DE FE

             Hace dos mil años un puñado de cristianos impelidos por el ejemplo y testimonio martirial de los Apóstoles fueron capaces de dar la vuelta al mundo pagano. Sí. El cristianismo cambió la cultura, la concepción del hombre. El humanismo cristiano dejó atrás el miedo atávico de las religiones politeístas, porque el Amor movía a los evangelizadores y liberaba las conciencias y los corazones.

          Lo importante no era el número de “sacerdotes”, sino la conciencia clara de lo que eran: “Ipse Christus”, presencia del mismo Cristo. La fe clara y nítida expresada y vivida coherentemente, no permitía ningún tipo de crisis en el nacimiento de las vocaciones. En todo caso la crisis de las persecuciones sangrientas era ocasión para que al hacer creíble el Evangelio, la fe se extendiera por todos los rincones del Imperio.

            Estimado compañero sacerdote. En reflexiones anteriores te he compartido que nuestro sacerdocio es un “misterio”, pues en nuestra vocación destacan, el amor libre y gratuito de Dios y la libertad absoluta del hombre. Decía San Juan Pablo II que lo que destaca en nuestra vocación es la “adhesión a la llamada de Dios y su entrega a Él”. PDV, 36.

             No tengo empacho en afirmar, como nos recuerda “Prebiterorum Ordinis” que, al ser ordenados sacerdotes, lo que de verdad se expresa, es que Dios nos ha elegido y nos ha consagrado. Somos “de” Dios, “para estar a disposición” del Pueblo de Dios que se nos ha encomendado.

            Hoy, más que crisis de vocaciones, existe una crisis de fe en la vida eterna. En efecto, nuestro misterio personal no se ilumina, sino en la medida en que somos conscientes que anunciamos un mundo nuevo, que la muerte no es el final, y que nos espera gozar eternamente de Dios.

            No somos los sacerdotes funcionarios de un presente, sino un interrogante que abre al hombre al misterio, y le aboca hacia la trascendencia. Solemos decir que somos necesarios para el mundo, también para el presente, aunque tantas veces nos sintamos incomprendidos por la sociedad.

            Sólo en la medida en que aspiremos a la santidad, es como en medio de la grave  secularización ambiental, el sacerdote se sabrá testigo de Cristo. ¡Si no hay cielo, si no hay vida eterna…, y el “Reino” fuera solamente algo intramundano o social, es cuando de verdad, ser sacerdote, carecería de sentido!

            En las últimas décadas hemos asistido a la proliferación de ideologías y pensamientos que “licuan” y disminuyen la dimensión “sacral” de nuestro sacerdocio, que han ido destruyendo la naturaleza de nuestro ministerio. ¿Qué joven va a optar por ser sacerdote, si no se sabe qué es ser sacerdote, ni para qué, y se oscurece su misión?

            Creo que la actual sequía vocacional, y el hecho de que nuestros Seminarios y Noviciados cada curso tengan menos seminaristas y aspirantes, debiera ser una prioridad entre todos los sacerdotes. La escasez vocacional no se puede afrontar con mero marketing o rebajando qué es ser sacerdote, y mucho menos sin el compromiso de parecerse a Cristo.

            Hemos de demostrar, que vale la pena gastar la propia vida para hacer conocer y amar al Señor. No es opción a la hora de aceptar nuevas vocaciones, y por “miedo” a que se marchen, rebajar las exigencias que pide ser sacerdote. Creo necesaria la dedicación a tiempo completo de los responsables de su formación, pues no sólo importa la formación académica. ¿Y la experiencia de oración, la ascesis, personalidad madura, educar en la gratuidad ministerial, la fraternidad..? ¿Acaso no importan? La constante presencia física del Formador es fundamental.

            No creo posible entusiasmar por el sacerdocio, mientras que los que somos sacerdotes no mostremos la alegría y el orgullo de serlo, o que, lo que nuestras comunidades perciban sea rutina, falta de bríos en la evangelización, escándalos y quizá, cierta sensación de funcionariado en el ministerio.

            No estoy hablando de ser héroes en nuestra vocación, puesto que la debilidad de la naturaleza humana sigue siendo patente, sino tener plena confianza de la presencia  de Jesús resucitado a nuestro lado. ¿Acaso no nos ha llamado Él?

            Desde estas líneas, ruego a los laicos que pidan fervientemente al Dueño de la Mies por los sacerdotes. Ayudadnos a ser “Curas”, hombres de Dios, entregados totalmente al ministerio. Gracias. Dios os bendiga.

                                                                                   José Abellán

Misa Dominical en directo Altea

5 de enero de 2020

Reflexión al

Evangelio Dominical

5 de enero de 2020

EN LA OSCURIDAD, AMANECE LA LUZ

       Desde hace unos años, y ante la grave crisis que sufre la Iglesia, no sólo por las intrigas, incomprensiones y persecuciones externas a ella, sino y sobre todo, por los pecados y escándalos de tantos de sus hijos, especialmente sacerdotes y obispos, soy muy consciente de la zozobra y dolor con que laicos buenos y fieles, personas entregadas, consagrados y sacerdotes, han sido tentados con el abandono, la tentación de la apatía y la deserción.., pensando que esta Iglesia se muere. Como alguien diría: “el último que apague la luz”.

     Esta realidad eclesial actual hace que traiga a consideración, la memoria de la Iglesia del siglo XVI, tiempos de una Curia Romana, un Papado e incluso una situación religiosa y moral de aquella Europa, que sin duda llevó a la decepción y deserción, a la herejía y a la división de muchos miembros de la Iglesia de Cristo. Ahí tenemos la Reforma Protestante, las guerras de religión y el estilo de vida mundano de demasiados Pastores de aquél tiempo.

       También hoy, es rara la semana en que la prensa no presente nuevos escándalos entre el Clero, Seminarios y Monasterios que se cierran, falta de Vocaciones para la Misión “Ad Gentes”, Pueblos de España sin Pastores, Templos convertidos en museos, envejecimiento de las Comunidades Cristianas, Obispos y Sacerdotes que por diversas razones dejan de liderar con valentía sus Comunidades por complejos y miedos a ir contra corriente, y no ser señalados en la diana de los medios de comunicación.

         Es verdad que la Iglesia de ayer y la de siempre, también la actual, ha de hacer planes, programar y poner los medios pastorales que a su juicio, y razonablemente, tenga que ofrecer a sus hijos en un mundo secularizado y alejado de la concepción cristiana de la vida y de la persona, e incluso en un ambiente en el que Dios ha sido expulsado socialmente.

     El siglo XVI nos trajo el Concilio de Trento con sus documentos doctrinales clarividentes, y con la llamada a la reforma de aquella Iglesia a todos los niveles. También el último tercio del siglo pasado tuvo lugar el Concilio Vaticano II. ¿Quién no se ha leído sus Constituciones, Documentos y llamadas a la reforma de la Vida laical, consagrada, sacerdotal y misionera, etc.., instando a la santidad nacida del Bautismo?

       La reforma de la Iglesia de hace cinco siglos la hicieron los santos con su sincera conversión y búsqueda de la santidad. La lucha contra los escándalos de aquél tiempo les llevó a hablar oportunamente, pero sobre todo a arrancar el pecado de sus propios corazones. Así se reformó el clero, la vida religiosa, surgió con ímpeto evangelizador la preocupación por las misiones en América, África y Asia.., resurgiendo la luz de la Fe en los pueblos y ciudades de la vieja Europa.

       Al finalizar el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI afirmó que “el Concilio había terminado sus deliberaciones y su mensaje a la Iglesia Universal estaba hecho..; sólo faltan los santos que lo pongan en práctica”. Gracias a Dios el Vaticano II ha sido, y es, faro en el devenir de nuestra Iglesia. Pero, llego a pensar: ¿hemos entendido con objetividad su contenido? La llamada a la santidad, la reforma necesaria de instituciones y pastoral concretas, la purificación de los Carismas, etc ¿Lo hemos hecho adecuadamente? ¿Acaso nos habremos centrado en quitar la sotana a los sacerdotes, recortar los hábitos a los religiosos, clericalizar a cierto laicado, banalizar los sacramentos…, y perder el afán por el Evangelio? ¡¡¡ No se asuste el lector ¡!! Ya sé que estoy exagerando. ¿No estaremos echando en falta a los santos a los que aludía Pablo VI?

        Posiblemente alguien me recuerde aquél viejo refrán: “consejos doy, que yo no quiero”. Escribiendo esta reflexión y sin saber quién o quiénes la van a leer, manifiesto que soy cristiano y sacerdote consciente de mis limitaciones y miserias. Pero ello, no me lleva a pensar que las cosas tengan que ser así necesariamente.

         Jesús eligió a doce hombres del pueblo de Israel para estar con Él, y enviarles a predicar, no porque fueran perfectos, sino porque quiso y, sobre todo, porque llegaron a amarle. Simón se convirtió en Pedro “roca”, porque era consciente de sus debilidades y traiciones y se decidió a seguir a Jesús hasta el martirio.

        La Iglesia actual tiene que ser portadora de la Luz, de la Verdad y del Amor, consciente de sus miserias: lleva un “tesoro en vasija de barro rota y agrietada”. Todos en la Iglesia, Obispos, Sacerdotes, Religiosos, Consagrados y Laicos, con sus Organismos y Movimientos hemos de asumir que anunciamos a un crucificado que ha resucitado, a Dios Omnipotente que se ha manifestado Impotente, y que la fuerza de la evangelización no está en rebajar la Verdad para ser aceptada por el mundo. La Cruz, la incomprensión e incluso la persecución son realidad y parte de ese anuncio. Que los modelos a quiénes debe mirar e imitar son los “santos”, y no los pastoralistas, líderes del marketing o los líderes de opinión. “Si a mí, el Maestro y el Señor me han tratado así….” (termina tú la frase).

       En la oscuridad en que se ve envuelto el mundo y muchos cristianos aún dentro de la Iglesia, “cojamos el toro por los cuernos”, permítaseme el símil taurino, dejemos de engañarnos y de perder tiempo, dinero y fuerzas, y confiemos en Dios y en la Cruz Redentora de Jesucristo. Trabajemos en y por la Iglesia, “trabajándonos interiormente” cada uno de nosotros. Busquemos la santidad y dejemos los ídolos o idolillos a los que estemos atados. Libres nos quiere el Señor, para liberar a los hermanos.

   Sacerdotes, a lo nuestro, ser pastores del pueblo de Dios encomendado predicando con la palabra y el testimonio, amigos de la pobreza, que no de la miseria, disponibles a tiempo completo sin caer en la trampa del hacer y del quehacer, que no nos deja tiempo para “estar” sin prisas con el Señor. Dejemos a los laicos que sean laicos en la Comunidad y ayudémosles a vivir su vocación en el “siglo” o “laos” sin traicionar a Cristo.

       Como nos recuerda el Cardenal Sarah en uno de sus últimos libros, volvamos a la ORACIÓN, “pues sin la unión con Dios…, la fe será inútil. Sin oración seremos como un golpear de platillos”. “No tengamos miedo a ofrecer a la humanidad el mejor regalo de la Verdad del Evangelio”. Aprendamos a ver a la Iglesia desde lo íntimo y con ojos de fe; que hay en ella luces y sombras, pero que “hasta el sacerdote más indigno sigue siendo instrumento de la gracia divina cuando celebra los sacramentos”. Sin dejar como menos importante la caridad entre nosotros, pues la santidad es la caridad vivida heroicamente.

      En la oscuridad, amanece la luz. Ánimo, pues Jesús habita en su Iglesia, y aunque parezca dormido “está” en la “barca” que es la Iglesia en medio de las olas del embravecido mar del mundo actual. “No tengas miedo de ellos, si no yo te meteré miedo a ti” le dice al profeta. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, pero añado yo, “siempre que la Iglesia mire y siga a Jesús”.

José Abellán Martínez